Es noche de verano en la zona norte del Gran Buenos Aires; en casa de Juan Salvo juegan al truco él y sus amigos. Se produce un corte de energía eléctrica y descubren que una misteriosa nevada ha comenzado a caer, pero están protegidos en la vivienda prácticamente encapsulada. Sin embargo, la nieve mortal es tan sólo la primera etapa de un ataque masivo contra la humanidad con el fin de dominar la Tierra…
El planteo puede parecer desgastado por el uso y por el tiempo, especialmente para los no argentinos que ahora conocen la historia a través de la serie estrenada el 30 de abril último en Netflix. Desde La guerra de los mundos de H.G. Wells a esta parte, tanto la literatura, el cine e incluso el cómic —como el caso que nos toca— lo han abordado con mayor o menor eficacia y éxito.
Y vale la mención a la pionera novela de Wells porque hay una lectura que la emparenta con la historieta escrita por Héctor Germán Oesterheld (y dibujada por Francisco Solano López), que ahora se ha convertido en todo un suceso audiovisual y promete ser continuada con una segunda temporada: con ambas obras se puede hacer una analogía relativamente fácil con el imperialismo.
Si desde una nación imperial el autor británico traza una metáfora sobre la emergencia del fenómeno global cuyas consecuencias se vislumbran crudamente en la transición de dos siglos (la novela fue publicada en 1898), el guionista argentino da a la trama una vuelta de tuerca, para ubicarla en un país semicolonial.
En efecto, entre las muchas lecturas que pueden hacerse de El Eternauta, una de ellas —que importa a esta reseña— es la parábola que hace del imperialismo y sus eventuales consecuencias; o, mejor dicho, la alusión explícita a la lucha antiimperialista.

Publicada en el quinquenio que siguió al golpe de Estado que derrocó a Juan Domingo Perón (con quien Oesterheld mantuvo una relación políticamente ambigua) y, sobre todo, a doce años de concluida la Segunda Guerra Mundial, cuando la llamada Guerra Fría se encontraba en su clímax, la historieta aparecida en la revista Hora Cero Semanal —fundada por el propio autor— revela la encrucijada ante la que se hallaban países periféricos como la Argentina, atascada entre dos enormes imperios. Si uno de ellos resulta victorioso, cualquiera sea, nada impide la invasión y la conquista por los recursos…
En ese sentido, otro giro da el guionista a la historia para ubicarla en las antípodas del héroe o superhéroe estadounidense tan a la moda por aquellos tiempos, también transmitido al mundo a través de viñetas: hay en El Eternauta protagonistas individuales, pero el héroe en cuestión, el que lleva adelante la batalla contra el invasor, contra los Ellos y sus secuaces, es colectivo, es el nosotros. Incluso, con el Ejército argentino del lado de los buenos.
Por eso vincular el argumento de El Eternauta con las dictaduras militares argentinas y en particular a la iniciada en 1976 (de la que la familia Oesterheld fue víctima), como algunos críticos extranjeros hicieron tras la aparición de la serie, resulta un anacronismo.
En 1957, bajo una dictadura, Oesterheld imagina una alianza del pueblo con las fuerzas armadas como única posibilidad para reconquistar la Tierra a punto de ser arrebatada a la humanidad; para defender a la patria ante el invasor imperialista, sea terrenal o extraterrestre.
Primera edición de Hora Cero Semanal con el primer episodio de El Eternauta
Artículo publicado originalmente en MinutoUno.com